martes, 30 de septiembre de 2014

Un estado de Facebook y Eichmann en Jerusalén


Esto lo escribí en Facebook de hace 2 días:

Decir lo mismo. Responder a una pregunta que ya te han hecho antes otras personas con la misma respuesta que diste la primera vez. Dos, tres veces, siete. Contar, por ejemplo, que tienes una casa con patio en mitad de Lavapiés, y expresar ese privilegio con idénticas palabras quince veces: "Tener un patio en mitad de Lavapiés es un lujo." Hacer una réplica literal de una frase que un día salió espontáneamente y explotarla hasta que te dé coraje escucharte, hasta caerte mal, hasta pensar: ya está otra vez el notas éste con lo del patio del lujo.
Repetir lo mismo tanto que al final tengas la sensación de que estás mintiendo, aunque estés diciendo la verdad.

Y hoy, leyendo a Hannah Arendt, me encuentro con esto otro:

"Sin duda, los jueces [de Eichmann] tenían razón cuando por último manifestaron al acusado que todo lo que había dicho eran "palabras hueras", pero se equivocaban al creer que la vacuidad estaba amañada, y que el acusado encubría otros pensamientos que, aun cuando horribles, no eran vacuos. Esta suposición parece refutada por la sorprendente contumancia con que Eichmann, a pesar de su memoria deficiente, repetía palabra por palabra frases hechas y los mismos clichés de su invención (cuando lograba construir una frase propia, la repetía hasta convertirla en un cliché) cada vez que refería algún incidente o acontecimiento importante para él. Tanto al escribir sus memorias en Argentina o Jerusalén, como al hablar con el policía que le interrogó o con el tribunal, siempre dijo lo mismo, expresado con las mismas palabras. Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente, para pensar desde el punto de vista de otra persona." 

Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Lo más visto (así es como se repiten los del cine de la sábana blanca)

1. No porque se haya encontrado en la misma tantas veces lo deja de vivir como si de un trhiller se tratase. Y como si fuera un drama lo recuerda y le preocupa. Como si fuera un chiste se lo cuenta y se sonríe. Es de noche y de nuevo tenemos la misma estructura desplegándose. El eterno retorno era esto, lo sentimos. Se encuentra hablando con alguien en la mesa de la cocina. Sobre la mesa hay un cuchillo, vasos, platos, migas de pan. La conversación es cálida, amigable. En un momento dado se levanta de la mesa para coger una pieza de fruta, una manzana, beber un vaso de agua, ir al servicio, lo que sea. Al intentar volver a la conversación tropieza, resbala, pierde el equilibrio, se cae. Tan mala suerte tiene el pobre que en la caída, debido al gafe onírico y a la física macabra, el cuchillo que hay encima de la mesa se dispara y va directo al corazón de su interlocutor. Y lo mata. Como tantas veces antes lo deja sin vida. Y como siempre se sorprende, está atónito, llora muchísimo. Una pena tan grande como la mitad del infinito lo posee durante aproximadamente cinco segundos. Transcurrido ese duelo y dominado ahora por el espíritu del pragmatismo concluye en que es necesario ponerse manos a la obra y hacer desaparecer el cuerpo. A veces hay una elipsis y se encuentra con el cadáver ya descuartizado y metido en bolsas de basura. Otras se ve entrando a una ferretería para comprar una pala, vuela a lomos de otra elipsis y ya tenemos al interlocutor bajo tierra. Pero hay sospechas. El detective más intuitivo de la ciudad le ha echado el ojo. Es un tipo que recuerda al inspector de policía de Crimen y castigo y al personaje de James Stewart en La soga. Le hace preguntas difíciles de responder, su mirada le dice: has sido tú, lo sé, y verás cuando se entere tu madre. La historia termina cuando están a punto de arrestarle. Piensa que aun no está preparado para entrar en la cárcel. Lo último que oye es su propia voz ahogada gritando No.

2. Su novia lo deja por otro tío. Y no porque ya no esté enamorada de él, al contrario, lo quiere más que nunca, considera que él y no el otro es el hombre de su vida, el mejor partido posible, pero una fuerza superior a ella, y a toda lógica amorosa, hace que tenga que abandonarlo e irse con el otro tío, que por lo general es uno de sus mejores amigos -de los mejores amigos de él-, así que termina quedándose sin novia y sin amigo. Lo último que oye es su voz ahogada gritando Pues a tomar por culo los dos.

3. Está desdoblado. Lo siente. La entidad que le clava los ojos mientras él está tendido en la cama es él mismo. Su doble en versión lynchiana. El Bob que hay en él. Su propia sombra convocando al mal mientras se mira dormir. Y es más fuerte el que mira que el mirado. Quiere abrazarlo hasta quedarse el solo con todo lo suyo: su novia, su madre, sus amigos, su monopatín, sus libros, su vida. Su espectro está a punto de dar el paso y él no puede hacer nada: el miedo no lo deja defenderse. Lo último que oye es su voz ahogada gritando Yo no soy ése.

4. Llega tarde. La función en la que tiene que actuar ha empezado y él todavía está en el metro. Su turno en el bar comenzaba a las ocho de la tarde en Madrid y son las ocho y media y está en Albacete. El difunto ha muerto sin poder decir sus últimas palabras porque él era el único intérprete posible y no se ha presentado. El funeral de su mejor amigo termina cuando está cogiendo un taxi para llegar al cementerio. Ha ido a comprar el pan para el bar y se ha dejado el bar abierto y solo, no logra encontrar el camino de regreso, los clientes se acumulan frente a una barra en la que no hay ningún camarero. Tiene que hacer la selectividad y ha perdido el DNI. Ha quedado con su padre para que lo enseñe a conducir y no se acuerda dónde. Lo último que oye es su voz ahogada susurrando Perdón.



miércoles, 24 de septiembre de 2014

Pajas

"-Hoy hemos ido a una sesión de tuppersex para hombres heterosexuales.

-Ah, qué guay. ¿Y cómo ha ido?

-Muy bien. Nos hemos reído mucho. Un joven muy simpático sacaba vaginas de látex de diferente profundidad y distintos grados de vibración, algunas con pelo sintético, otras de corte brasileño, muñecas hinchables cuyas bocas abiertas escondían una especie de gelatina caliente que hacía las veces de lengua, tetas de goma blanda que se volvían más rígidas a la altura del canalillo (donde, a la cubana, uno podía introducir su pene erecto y frotarlo ahí hasta llegar al orgasmo) correas árabes, artilugios que simulaban bocas, culos, pies, y nos iba explicando en tono jovial todo lo que podíamos hacer con el género. Una risa. Lo hemos pasado bien."

Inverosímil, ¿que no? En el entorno en el que yo me muevo una conversación así entre hombres no se ha dado nunca. Jamás he tenido un amigo que me haya confesado que tiene en su casa un producto de látex comprado en un sex-shop para uso propio y exclusivo. Tener un coño de goma guardado en el segundo cajón de la mesita de noche me daría más pena que otra cosa.Y una muñeca hinchable ya ni os digo. Sin embargo, he asistido más de una vez a algún cumpleaños en el que la homenajeada ha recibido como regalo un dildo de color rosa, o a alguna conversación como la que figura arriba pero en la que las que protagonistas eran mujeres y bien. Normal. Aunque por lo general se acepta que todos los hombres nos pajeamos con mayor o menor asiduidad y que es una cosa normal e incluso sana (cada dos por tres sale un estudio de reputados científicos que dicen que es bueno para no sé qué) la mayoría de las veces en que se representa la masturbación de un hombre adulto heterosexual en el cine o en las series de televisión o incluso en la literatura, la imagen suele ser bastante sórdida. Mientras que la visión de un adolescente enganchado a la manivela (y con esta expresión no sé si lo que hago es redundar en perjuicio de este acto del que hablamos) todavía puede provocar ternura, la de un adulto heterosexual de 45 años suele provocar tristeza. 
El pasado 11 de septiembre Luna Miguel hablaba del Tumblr de Apolonia Saintclair en un artículo titulado Ocho formas bonitas de masturbarse. El artículo me hizo pensar en la falta de dignidad y atractivo de los que disfruta la paja masculina.Viendo esas ilustraciones a uno le daban ganas de ser mujer para que así masturbarse pudiera ser bonito ¿Tendrá que ver este contraste en la representaciones con aquello que interpretaba el filósofo Slavoj Žižek a propósito de Eyes Wide Shut: la vulgaridad de película porno de fontaneros con llaves inglesas y amas de casa deseosas de que les tapen los agujeros como epítome del deseo masculino frente a la misteriosa potencia sofisticadísima del femenino? En serio, ¿a quién le mola ser hombre cuando ve a Louie C. K. pajeándose como quien se rinde o se imagina a un personaje interpretado por Woody Allen amándose a sí mismo? Pues esos son nuestros pajeros, y las representaciones que los acompañan no suelen ser muy atractivas (por cierto, pajero se utiliza insulto). Paradoja: la masturbación del varón heterosexual está normalizada pero en su normalización resulta abyecta. La femenina todavía no está tan normalizada pero en su proceso de normalización se presenta como un avatar más de la liberación, por mucho que la objetivación sexual del cuerpo femenino haya sido una de sus condiciones de posibilidad. La representación de la masturbación femenina es cool y es empoderamiento. La masculina, necesidad, claudicación, sordidez, patología. 

¿Os imagináis un vídeo clip en el que unos hombres se masturbaran mientras entonan cánticos y que ese vídeo pudiera considerarse sexy?





Pues eso, volvemos a la pregunta despentesiana: ¿para cuándo la liberación masculina?












lunes, 8 de septiembre de 2014

La Mecánica Popular y Meridian Brothers


Dos grupos que estoy escuchando estos días desaforadamente. 

La Mecánica Popular



Meridian Brothers





A bailar con los experimentos.